CÉSAR MARTÍN ORTIZ
A sus negras entrañas
Entre la dama y el guerrero, que apenas se conocían, se establecía una relación llena de equívocos. La muchacha dirigía sus pensamientos a nadie, en realidad: a la cara borrosa del hombre con el que bailó dos o tres piezas, que no se parecía en nada a la foto de uniforme que él le envió. La muchacha, a casi todos los efectos, escribía para sí misma párrafos llenos de sobrentendidos, alusiones enigmáticas e intrincados auntonálisis desprovistos de lógica casi completamente, como los que confiaría a un diario íntimo que pudiera caer bajo ojos extraños. El soldado no entendería nada en absoluto. Intentaría pergeñar de vez en cuando un par de cuartillas a base de narraciones torpes de la rutina cuartelera, que llegarían a la muchacha cubiertas de tachaduras por la censura militar. Ella tampoco entendería nada, salvo quizá la petición de una foto que el mozo le solicitaba para presumir ante sus compañeros de armas. De estas relaciones desprovistas de entendimiento mutuo surgían no pocos matrimonios duraderos.
