En la sombra silenciosa de los salones, de persianas entreabiertas, entre los muebles que permanecían en el mismo sitio, iba por un rato largo, tan luego se había levantado, a enternecerse todavía ante los retratos de su mujer: allí una fotografía de cuando aún era jovencita, poco tiempo antes de los esponsales; en el centro de un marco, un gran retrato al pastel cuya vitrina brillante ora la mostraba, ora la ocultaba en una silueta intermitente; aquí, sobre un velador, otra fotografía de marco cincelado, un retrato de los últimos tiempos, en el que ya ofrecía ella un aspecto de pena, de lirio que se marchita... Hugo ponía en ellos los labios y los besaba como a una patena o como si se tratara de reliquias.
Jorge Rodenbach, Brujas la muerta
Montaner y Simón SA, Barcelona, 1944
Traducción de Nieves Salvatierra. Págs. 74-75
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