En algún momento la pintura cayó
en la cuenta de que su futuro había sido suplantado por la fotografía y de modo
abrupto, por salirse de aquella competencia, descubrió su conmoción. Existe, de
hecho, un recorrido paralelo y diverso entre ambas disciplinas artísticas, y en
el presente, en apariencia póstumo de los trazados históricos, resulta
entretenido jugar con él. Es lo que hace
José Guerrero (1979). Empieza intuyendo muy pronto que el futuro de la
fotografía se encuentra en la pintura. Se apropia, al principio, de sus temas,
y empieza a captar imágenes que los recreen. La serie «Efímeros» (2003-2006) es
un acercamiento a la pintura a través de sus intereses: recupera su clasicismo
en encuadres, texturas, simetrías… signos comprometidos con una idea temática siempre
superior a la propia imagen, tal como operaba la pintura figurativa. Con 24
años José Guerrero ya ha asumido en la mirada varios siglos de contemplación
artística, que no producen citas, sino interesantes interpretaciones.
La
velocidad del fotógrafo es fulgurante. Propia de su generación. El siguiente
paso simplifica la lenta evolución pictórica hacia una estilización
significativa. Guerrero abandona el fulgor del relato en favor de una poética
extenuada, casi minimalista, aunque conserve siempre, como identidad, un
rasguño narrativo; por ejemplo, una casucha en mitad de la nada. Encuentra esta
consunción en la fotografía de las grandes llanuras, tanto en Norteamérica como
en La Mancha. El tratamiento pictórico se agudiza en el revelado y en la impresión.
En los paisajes esteparios, casi hopperianos, compiten grandeza e inanidad,
ambas intrínsecas a la imagen. Las fotografías en esta época (2009-2012)
parecen realizadas por un pincel. Por poner un ejemplo, la espléndida toma
«Interestatal 80 (casa cerca de Wendover), Utah», de 2011, podría formar parte
de la deshumanización pictórica del siglo XX. El fotógrafo tenía
32 años.
Los inmensos
páramos en otra época histórica hubieran llenado una vida entera dedicada a la
fotografía. Cuatro años más tarde José
Guerrero ha consumado un ciclo de aproximación pictórica e inicia otro que ya
no busca el modelo, sino que lo impone. Se podría afirmar que materia esencial
de su experiencia fotográfica, y de la fotografía como expresión, es la luz.
También de la pintura, aunque en su historia ha sabido contrarrestarla e
incluso reducirla hasta casi su ausencia. Es el capítulo que le faltaba experimentar
a la fotografía. Y surge, cada vez más cerca del trabajo realizado con la mano
y el pulso, la serie «Carrara» (2016), que amplía en otras series de
contemplación arqueológica. La colección de inéditas imágenes de la cantera
italiana sobrecoge, su autor consigue transformar la blancura del mármol en…
oscuridad. Unas placas impresionantes que parecen dibujadas con los dedos
impregnados de grafito y de carboncillo. Fotografías tomadas en ausencia de la
luz. Una cinta cinematográfica proporciona movimiento a esta manifestación de
la imagen in absentia. Su título es Roma 3 Variazioni (2017). Un túnel excavado en la roca, la
suciedad del agua y la visión invertida muestran su incapacidad de mostrar.
El punto
de recreación pictórica parece haber alcanzado su altura más sublime con las
series oscuras. Pero cuando Guerrero regresa a la luz, con la serie «Brechas»,
iniciada en 2020 y aún en curso, el objeto de la fotografía ha cambiado
radicalmente. Ya no es la visión, tampoco la mirada, sino la feroz batalla que
ésta sostiene con su ceguera ante grietas, rendijas, resquicios, un mínimo
perímetro de aberturas que simbolizan solo lo que no es posible ver. Parece
esta serie un regreso al discurso de la fotografía después de haberse nutrido
durante años con los recorridos históricos de la pintura, pero su función no es
más un interregno. Y como tal, también con raíces pictóricas. Aquel cubismo que
precisamente conmovió la imagen figurativa cuando la amenaza fotográfica no era
ya solo una imposibilidad de futuro. Y esa parece ser su función también en la
peripecia discursiva del fotógrafo: la propia feracidad de la fotografía es la
más seria amenaza para su porvenir.
Y del
mismo modo que el cubismo abre las puertas a una historia diferente de las artes plásticas, las «Brechas» prologan el enunciado de lo que continuaba siendo la
intuición más persistente en la obra de José Guerrero: el futuro de la fotografía
es la pintura. A partir de los viajes a
Méjico en 2017 y 2018, emerge una nueva serie titulada «BRG» en honor al
arquitecto Luis Barragán (1902-1988), cuya casa es el detonante de la nueva
aventura cromática. El estallido de color, sombras y perspectivas es
deslumbrante, en sentido literal, ciega la percepción de la realidad, que la
fotografía con tanto ahínco ampara, y la sustituye por tonalidades, geometrías,
matices e incluso tintes y pigmentos. Pintura en estado puro.
Bellísima y seductora. Un colorido que absorbe y abstrae. Una fiesta donde
únicamente los sentidos piensan. Otra de las características que sorprende en
José Guerrero es que cada conquista estilística de su cámara, en su perpetuo
jugar con la historia de la pintura, se contempla como una culminación. Mejor,
como la culminación.
Que el fotógrafo recorre su
biografía artística con paralelismos constantes con la historia de la pintura
podría parecer una idea trasnochada de este cronista, pero las obras más
recientes de José Guerrero se empeñan en darle la razón. Había empezado esta
crónica mencionando la conmoción vanguardista que sacudió el arte de los
pinceles cuando la pintura decidió no competir con la fotografía, cada vez más
perfeccionada, por la representación figurativa. Una fotografía que emule la
pintura no logrará sus fines sin apartarse de la figuración. Es lo que Guerrero
hace en las series «Brechas» y «BRG». Pero tampoco lo conseguirá sin una conmoción en su esencia. La serie
iniciada en 2024, con el título «GFK» es la expresión más diáfana de esta
convulsión. Construye la imagen, en este caso por entero fotográfica, a partir
de «errores arbitrarios en la codificación del archivo digital en el momento de
la toma» (he copiado el texto de la hoja de sala, porque no sé explicarlo
mejor).
En
2024 José Guerrero ha cumplido 45 años. O dos décadas de investigación
fotográfica. ¿Ha llegado a un final? Le quedan por delante por lo menos dos o
tres décadas más de trabajo fotográfico. ¿Cuál será el siguiente paso? Todos
los estadios por los que ha transcurrido su intensa trayectoria —la identidad
temática, la estilización poética, la ausencia de luz, la obturación cubista,
la geometría colorista, el expresionismo digital— parecían, en su momento,
puntos finales, conclusiones, culminaciones.
Cuando en realidad han sido siempre prólogos para el siguiente apogeo.
¿Qué seguirá al nihilismo de «GFK»? ¿Tal vez una nueva rehumanización de la
fotografía? Ojalá: es lo que el arte fotográfico espera que emprenda alguien con
talento.
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