miércoles, 17 de diciembre de 2025

Isabel Steva, Colita. La intrépida


Tanto la dimensión política de Maria Aurèlia Capmany (1918-1991) como la aureola de fotógrafa de una élite iconoclasta de Colita (1940-2023) han acompañado una buena parte de mi vida como un paisaje que posiblemente crezca al otro lado de la ventana, aunque siempre que se mira se ve igual. Al menos en mi recuerdo, esta dimensión pública, estereotipada en su distancia de personajes principales de un tiempo que se arrogaban como suyo, alejado por lo tanto del mío, supuso el bosque que impide ver el árbol. Eran figuras tan reconocidas en la prensa y en los centralizados medios de comunicación que su imagen quedaba petrificada por las informaciones rutinarias de sus actividades públicas. Es posible que no fuera el único que no atendía a lo que el mar cotidiano ocultaba del iceberg, porque el fotolibro que ambas firmaron en 1977 no halló editor en Barcelona, capital del negocio editorial del país, y apareció en Madrid. En un sello que en aquella época aún no se había despegado del sobre que timbraba: Editora Nacional. Si resulta extraño este pie de imprenta, su destino inmediato, es decir, la retirada de circulación, ya no sorprende a nadie.

         Antifémina, con textos de Maria Aurèlia Capmany y fotografías de Colita, se publicó fugazmente en el inquietante año 1977 y fue reeditado en 2021 con el mismo espíritu conmemorativo que tiene la exposición, que cuatro años más tarde al fin se puede ver en Barcelona, en el Museo del Diseño. Las piezas en este entorno aún continúan sin encajar del todo, como entonces. Pero quizá sea mejor bajarse del tiovivo e ir a lo principal. Que es este lúcido y sobrecogedor fotolibro, fruto de un pensamiento mitad crítico y mitad utopista que en 1977, recién enterrado el antiguo régimen, se puso desde el primer día a reconstruir la Democracia desde sus pilares más elementales. Y una de las cuestiones más cruciales, que se puede englobar en el término «feminismo», amenazaba como una de las lacras más lacerantes, y no solo por su dimensión, sino por el grado tan colosal de ocultamiento que padecía.  Este fotolibro que combina textos e imágenes es, sobre todo, un ensayo filosófico y una declaración programática. El propósito de revisión crítica del presente y al mismo tiempo proyección ideal de una realidad a la que aspirar, que caracterizó aquella época, paradójicamente cuarenta y ocho años después continúa vigente.

         Con la expresión contundente y directa que practicaba tanto en lo que escribía como en lo que decía, en una entrevista de aquel momento Maria Aurèlia Capmany define la determinación inicial del fotolibro: hacer visibles a las mujeres «que no son esta mujer ficticia, esta fémina que Françoise Parturier define de una forma preciosa, de quienes consideran que una mujer es una persona del sexo femenino de 1,65 metros, que tiene 22 años y que nos adora». Es decir, ambas creadoras se propusieron mostrar tanto la vida de las mujeres reales que resulta invisible (de ancianas, monjas, casadas, gitanas, prostitutas…), como desvelar la manera de trocear y exagerar la imagen de la mujer en sus representaciones públicas. La escritora describía situaciones con un bisturí verbal al que no se le resistía nada. Como muestra, una frase bastará: «La inmensa mayoría de las monjas no entran en el convento para hacer algo, sino para evitar el riesgo de la vida». Y la fotógrafa, Colita, aplicaba el bisturí de la imagen con idéntica clarividencia. Entre ambas elaboran un auténtico ensayo filosófico de una hondura que aún hoy, mientras algunas invisibilidades y otras exhibiciones lejos de desaparecer parece que se incrementen, resulta de una actualidad que estremece.

         Cuando era un joven observador de lejanías, Colita y sus excentricidades (Gabriel García Márquez con un libro abierto en la cabeza, Terenci Moix sin camisa y con correajes, Rafols Casamada con una mariposa en la nariz, Paco de Lucía con un cigarrillo en la boca…) eran el frívolo decorado de una época que a uno le daba la impresión de que cobraba a quien quería entrar, como en la discoteca Boccaccio. Precio exigido que un estudiante de letras pobre, por más que se esforzara, nunca alcanzaría a reunir. Esta revisión de la obra de Colita me ha servido, en primer lugar, para desprenderme de aquella impresión tópica y reencontrarme con la gran retratista que fue, no solo con los famosos, sino también con los más humildes habitantes de mi ciudad. Algunas de las muchachas y mujeres fotografiadas entre las barracas del Somorrostro muestran una dignidad en la mirada que impresiona. Y que solo puede captar quien la reconoce y la valora. El contenido histórico de Antifémina, junto a la lucidez de una interpretación de la realidad que mantiene su vigencia, presenta otra virtud de rango más elevado: a la sublime generación de fotógrafos cronistas de las calles de Barcelona del siglo XX en blanco y negro, se añade lo único que le faltaba al conjunto: la mirada de una mujer. La mirada clarividente e incisiva de Isabel Steva, Colita.

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